lunes, 30 de agosto de 2010

Solo 15 años [Parte 3]

-Entonces, ¿quieres dos palmeras de chocolate y una botella de un litro de batido de vainilla para ti sola? -me pregunta después de dirigir su mirada hacia la sección en la que éstas se encuentran, con sus gruesas cejas bien alzadas y arqueadas, sorprendido.
-Tengo hambre, ¿vale? -digo a la defensiva, con un tono de voz entre fingida molestia y exagerada inocencia. Refuerzo esa impresión encogiéndome de hombros.
Me sonríe y se acerca a mí. Coloca sus manos en mis mejillas y me atrae suavemente hacia él, con dulzura. Me mira a los ojos, y nada más. En ellos puedo verlo todo. Las luz de los fluorescentes colocados a unos dos metros sobre nuestras cabezas, repartidos de forma regular por todo el supermercado, refleja en ellos, dándoles una tonalidad que, bajo otras circunstancias, no tendrían.
También veo el reflejo de una señora que se encuentra a mis espaldas y que se ha detenido, con su carrito de la compra rebosando, para mirarnos con una explesión tierna en el semblante.
Pero me doy cuenta de todo esto sólo en parte, porque mi atención está fija en el chico que está dedicando unos momentos de su vida a mirarme a mí, a los ojos.
Y es que no consigo acostubrarme al hecho de que estemos juntos. Y es mucho mejor de lo que jamás podría haber fantaseado. Es una sensación única. Un continuo estado de ánimo que me embriaga por completo las 24 horas del día. Sí, hasta en todos mis sueños aparece él. Siempre.
Pero lo mejor de todo es que veo en sus ojos que todo esto que siento por él, él lo siente por mí. Y darme cuenta de eso cada vez que le miro a los ojos consigue que me sienta como y se me estuviesen pasando los efectos alucinógenos de alguna sustancia y, de pronto, me inyectasen en vena litros y litros de ella otra vez. Y es maravilloso.
Su rostro está ahora relajado y sonriente; es la felicidad personificada. Supongo que el mío tendrá un aspecto parecido. Y sí, lo confirmo al ver en sus ojos el reflejo de mi cara.
-Creo que este es un buen momento para seguir fingiendo que no estamos mal de la cabeza y continuar actuando como personas normales -me susurra Pedro, pero sin moverse ni un ápice.
- Mmm... Sí, eso creo...

-Son 3 euros con 50 -dice la cajera.
Es lo que nos cobra por 4 palmeras de chocolate y dos batidos de vainilla (Pedro decía que él no iba a ser menos que yo). Me dispongo a extraer el dinero del bolsillo, cuando veo que Pedro saca la cantidad exacta con rapidez y se la entrega a la cajera.
-Esto no es justo, Pedro. Te voy a arruinar. -le digo con sentimiento de culpa, pero con una sonrisa mal disimulada. El hecho de que me invite a todo consigue que me vuelva más loca por él.- ¿Cuántas meriendas me has pagado ya?
-¿Acaso importa? -me dice sonriendo mientras mete la comida en bolsas y me sujeta la mano en la que tengo el monedero, como medida para evitar que pague mi parte.
Antes de que pueda contestarle, me llama la atención un hombre, el cual está entrando en el establecimiento tambaleándose ligeramente. Lo tendréa unos 3 metros de distancia, pero el hedor a alcohol ya me ha alcanzado. Está borracho como una cuba.
Todo el mundo le mira ahora. Tiene un aspecto horrible, aunque vaya vestido de una manera que no encaja con el patrón de "gente propensa a emborracharse" que yo tenía en mente. Pero sus ropas están arrugadas y algo sucias.
Noto tensión en el ambiente, y el corazón empieza a bombearme más deprisa. Sí, sé que no pasa nada, pero suelo ponerme nerviosa con poca cosa; cuando algo no va como tiene que ir. Pedro ha dejado las bolsas de la comida en el suelo, cerca de nosotros, y, aunque está deteniendo la cola de pago al quedarse quieto, no se mueve y se acerca a mí, poniendo uno de sus brazos alrededor de mi cintura, de modo protector. Habrá notado mi nerviosismo.
El borracho se acerca a la cajera que nos atiende a Pedro y a mí y empieza a decir una serie de frases incomprensibles y deduzco que sin mucho sentido, entre las que se ríe y tose. La cajera se muestra evidentemente incómoda; no sabe qué hacer. Así que decide seguir cobrando productos a la señora que está detrás de nosotros.
El hedor del aliento de ese hombre es horrible. No puedo ni imaginar todo lo que se habrá bebido. Éste, al ver que la chica a la que está dirigiendo su discurso no le hace caso, la agarra del cuello de la camisa y la acerca a él violentamente. Su mirada da miedo; está a medio camino entre la locura y la maldad. ¿Serán los efectos del alcohol o es que ese hombre no es de fiar? No me da tiempo a seguir pensando sobre ello. Me aprieto más aún contra Pedro cuando ese hombre comienza a hablar, pronunciando mejor esta vez.
-¿Pohr qué no m... me hacc... ces caso? -dirige esta simpe frase hacia la cajera, cuyo rostro es una máscara de terror.
-Oiga, señor... le... le voy a tener que pedir... que me suelte. Me... me está haciendo daño. -Debajo del temblor, fruto del temor, de su voz, puedo percibir la mesura que esta chica está haciendo sobre sus palabras. No, no creo que sea buena idea cabrear aún más a este tipo con una respuesta mal pensada.
Pero es ahora cuando el corazón se me dispara, queriéndoseme escapar. Ahora que ese tío ha sacado una navaja abierta de su bolsillo. Ahora que la aproxima al cuello de la pobre chica.
Noto cómo Pedro estrecha su brazo a mi alrededor.
-¡Y yo te voy a pedirh que te callges, maldita puta mmmm... maleducahda! -ese asqueroso hombre ha puesto ahora en contacto la hoja de la navaja con el cuello de la chica. Su mirada es más desquiciada que antes todavía. Ella lloriquea tímidamente.
-Eschuche, señor. Puede... puede que ésta no sea la mejor manera de solucionar un problema -dice, ante mi asombro, Pedro. Su rostro muestra tranquilidad y seguridad. No sé cómo lo hace.
El borracho no cambia su expresión, y dirige su mirada, sin soltar a la chica, hacia Pedro.
-¿Quién ha dihhhcho que haya... un pgroblemah?
La dependienta mira a Pedro como quien ve a un ángel. Pedro hace lo mismo que ella y mide sus palabras.
-Me temo que... puede usted estar incomodando a la señorita. Además, no es muy correcto por su parte apuntarle con un arma.
El borracho se mosquea más, su cara muestra rabia, y, aparta la najava de la chica.
-Bueno... ¿y quéh teh pagreceh si... -acerca la navaja al vientre de Pedro- si te apuhnto a ti?
Ruedan lágrimas por mi cara. Estoy aterrorizada, y no puedo moverme. El miedo me ha paralizado. No, no puede hacerme esto. ¿Cómo se atreve a poner en juego la vida de Pedro? Si le pasase algo... Yo... No puedo moverme. Lo intento, de verdad, pero algo me ata en mi sitio.
El resto de la gente o se ha escondido por el establecimiento, o está llamando a la policía, o sigue observando, incapaz de moverse como yo, pero nadie nos ayuda. Me siento inútil, débil, pequeña.
Pedro, por el contrario, sigue actuando con tranquilidad, fingida tranquilidad, ya que noto la tensión en su cuerpo.

sábado, 28 de agosto de 2010

Eclipse de emociones


























¿Cómo encontrar modo alguno
de liberar al joven ruiseñor
cuando, indeciso por propio temor,
no ve momento oportuno?

Ansioso, antes del futuro,
deseaba pasar su lento tiempo
confiando su cantar sólo al viento
ahogando su interior puro.

Ahora, el futuro ha llegado
indeciso, el ruiseñor lo observa
a la vez que florece la hierba;
pero su luz ya ha diezmado.

Y un eclipse de emociones
rellenando su glorioso pecho
consigue eliminar con provecho
flores rojas, ilusiones.

sábado, 21 de agosto de 2010

Solo 15 años [Parte 2]

-Oye, ¿conoces a esa chica?
Es lo primero que oigo salir de la boca de Claudia, después de darme una bolsa cuyo contenido acaba de comprar en esa tienda. Tiene el entrecejo fruncido; parte de su cara de incomprensión.
Sorprendido en cierto modo ante esta pregunta, detengo mis pasos (los cuales, por cierto, me llevaban a casa de vuelta de la calle de tiendas del centro) para girarme en la dirección que me indica su mirada.
Pero mi sorpresa aumenta al verte a ti. Ahí. Parada, en medio de la calle. Mirándome. Mirándonos. A los dos. A Claudia y a mí. Juntos.
Mierda.
-Espera un momento... -acierto a contestarle mientras, distraído completamente, sin capacidad para darme cuenta de si ella me ha dicho algo más, me decido a cruzar la calle y acercarme a ti. Pero tú ya no estás ahí. Te has ido corriendo después de mirarme de esa manera... Como si te faltase el aire; como si te lo hubiese quitado yo.
Más mierda.
Echo a correr detrás de ti, sin ni siquiera escuchar a Claudia, que está chillándome mosqueada. Ya me disculparé.
Sin pararme a pensar que he ensayado mil veces cómo acercarme a ti, hablarte. Y que nunca me había atrevido. Pero ya estaba decidido; mañana iba a ser un día especial. Pero no importa. Ahora me importa una mierda estropear lo de mañana y no seguir el guión. No. Me da igual. En estos momentos no me acuerdo de nada. No tengo dudas. No puedo dejarte ir así. Tengo que explicarme. Necesito explicarme.
Pero... ¿Por qué? No eres nada mío. No tengo derecho a seguirte. Debo parecer un acosador; un obsesionado.
Pero me da igual. Te quiero. Sí, te quiero. Joder que si te quiero; y creo que desde que te vi. Exactamente, desde hace 5 años, 3 meses y 17 días. Cómo no iba a recordar el día en que te vi por primera vez.
Sí... Entraste en clase de las últimas, era el primer día. Te apartabas tu oscura y larga melena de la cara, dejándome así ver tus preciosos ojos color avellana. Creo que se te cayó una carpeta que llevabas en la mano. Te agachaste a recogerla. Y al ponerte de pie otra vez, me miraste. A mí. A los ojos.
Desde entonces estoy loco por ti. Y creo que estoy tan loco por ti que empiezo a imaginarme, a ratos, que me correspondes.
Lo que nunca me ha permitido decirte nada es que no tengo tanta confianza en mí mismo como para pensar que de verdad podrías sentir algo por mí. Pero más de cinco años así me superan. Joder, tengo que soltarlo ya, decírtelo. A pesar de que lo más seguro es que me rechaces. En fin, tengo pensada hasta la forma de actuar para ese caso.
Corro más despacio. Sé, al ver la dirección por la que te encaminas, que vas tu casa. Sí, sé dónde vives. Cómo no lo iba a saber. ¿Que cómo lo sé? Descubrí que vives cerca de la cafetería en la que trabajo en verano. Sí... Desde entonces me paso casi todos los turnos empanado mirando a través de la ventana. Mi jefe me ha llamado varias veces la atención...
Espera...
Me detengo, al darme cuenta de una cosa.
¿Por qué has reaccionado así?
No tiene sentido. Creía que no te habías fijado en mí nunca.
Entonces... ¿Por qué te has ido corriendo?
Cuando me quiero dar cuenta, estoy en medio de la calle, parado, con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Te gusto?... ¡Te gusto! Sí. No puede haber otra explicación. ¿Por qué si no has reaccionado así?
Mi sentido común quiere apoderarse de la situación, forzándome a creer otra vez que no puede ser cierto; será un malentendido. Pero es demasiado tarde. El pulso ya se me ha disparado y, cuando me quiero dar cuenta, estoy corriendo otra vez.
Y aprieto el paso, con el corazón saliéndoseme de la boca.
Tras un par de minutos, estoy en tu portal. Voy a llamar a tu puerta a través del portero automático, pero te oigo. Te oigo llorar. Y te veo ahí sentada, escondiendo la cara entre tus piernas.
Me siento fatal por verte así. Se me hace un nudo en el estómago. Aunque, a la vez, una oleada gratificante de calor me recorre todo el cuerpo, cuando me vuelvo a plantear la maravillosa posibilidad de que estés así por mí.
Golpeo la puerta sin pensarlo.
Levantas la cabeza en mi dirección, y automáticamente dejas de sollozar, aunque las lágrimas siguen corriendo por tus mejillas. Con expresión contrariada, te levantas, dubitativa, y te acercas a abrir la puerta.
-Feliz cumpleaños -te digo mientras extiendo hacia ti esa bolsa con la que Claudia me ha cargado.
Me miras extrañada, sonrojada, y luego, sonriente. Diría que también avergonzada; no creo que te haya echo mucha gracia que te encuentre así. Pero te encuentro tan preciosa como siempre, y, al pensar en ello, el corazón me late, si cabe, aún más rápido. Te devuelvo la sonrisa más sincera que, seguramente, jamás habré regalado a nadie. Apostaría lo que fuera a que mi cara de bobo en estos momentos no tiene precio.
-Y..yo... -balbuceas mientras, lentamente, accedes a coger la bolsa. Los ojos te brillan de pronto, y mis ilusiones apuestan por que no es a causa de las lágrimas.
La abres, despacio, como si tuvieses miedo de romperla. Sacas de su interior un CD de música. Lo miras, me miras, y vuelves a sonreír.
-Yo, esto... Sabía que te encanta este grupo, pero yo no sé nada sobre ellos. Y como sabía que mañana es tu cumpleaños, he decidido regalarte algo especial. Pensaba esperar hasta mañana, pero, eh..., bueno..., creí,al verte, que este sería un buen momento. Además, así seré el primero en darte tu regalo... -Noto que más rojo no puedo ponerme ya. Seguro que no estás entendiendo ni una palabra de lo que digo. Me rasco el pelo nervioso, y evito tu mirada. "Joder, tío, así vas mal. Relájate, respira hondo, vocaliza, habla más despacio, y ¡mírala a los ojos!" Y lo intento- Ehh... Me parece que este es el CD nuevo. Además, es la edición especial. Por eso Claudia me ha ayudado a elegirlo. Me dijo que ella lo compraría. A ella también le encanta ese grupo. Lo cierto es que me agobian las tiendas. Cuando nos has visto, yo la esperaba fue...
-¿Cl... Claudia?
Tu expresión cambia a tristeza pura en cuanto nombro a Claudia. Y mi corazón se dispara como un caballo loco. A la mierda la voz pesimista de mi conciencia. Me quieres. No me lo puedo creer. Me quieres. Estás dolida por haberme visto con otra chica. Me quieres...
Sonrío, y ahora sí que te miro a los ojos profunda y directamente, rebosante de felicidad y confianza en mí mismo.
-Laura... Claudia es mi prima.
Entonces dejas de mirar el CD, para mirarme a mí. Y sonríes. "A la mierda mi sentido común". Y como ya no aguanto más, antes de que puedas decir nada te beso. Por fin. Después de desearlo durante años, te beso. Tú sueltas el CD, que cae con estrépito al suelo. Y me abrazas, me abrazas del mismo modo en que, ahora que me doy cuenta, te estoy abrazando yo a ti.
-Ah... Por si aún no lo habías adivinado... Te quiero -susurro a tu oído. Y sueltas una risilla encantadora, que nunca olvidaré.
Te suelto, para poder mirarte, y te limpio las lágrimas de la cara. Creo que me va a dar un infarto. Sonrío como un idiota.
-Yo también te quiero, Pedro. Y éste es el mejor regalo que he recibido en mi vida. -Me contestas.
Y en ese momento descubro que nada conseguiría hacerme más feliz en estos momentos.

Solo 15 años [Parte 1]

Siempre te he querido. Siempre. Lo he llevado por dentro, escondido de ti. Lo sabían mis amigas, lo sabía hasta mi hermano, pero no creo ni que lo sospechases.
Tantos años viéndote en el colegio, admirando tu belleza y tu sonrisa, incluso cuando llevabas brackets; tu pelo encrespado y alborotado, color marrón chocolate; tus ojos verdes, vivos e infinitos, que reflejan la luz del sol que entra todas las mañanas por la ventana que hay junto a tu pupitre; tu cuerpo delgado y sin muchos músculos; tus manos grandes, con los dedos llenos de heridas por morderte las uñas; admirando incluso el modo en que te mueves. Siempre me has gustado. Incluso cuando estuviste lleno de granos. No me importó. Y no me importa ahora.
Es extraño. Nunca pensé, incluso viéndote día a día, que se podría estar realmente enamorada con quince años. De verdad que creí que ese sentimiento tan grande no podía entrar en un cuerpo tan joven. Siempre pensé que las chicas de las novelas, de las series de televisión y que incluso mis amigas exageraban cuando decían que se habían enamorado de un chico. <<¡Qué absurdo!>> solía pensar. Pero ya no. Ahora ya no lo pienso. Y sé que estoy enamorada, porque me imagino teniendo un futuro contigo, cumpliendo esos votos del matrimonio, viviendo junto a ti aunque estuvieses en silla de ruedas, te faltase un brazo o tuviese que pasarme el resto de mi vida durmiendo en el sofá de la habitación del un hospital, porque hubieses entrado en coma. Lo pienso y veo que sería capaz de hacer muchas cosas por ti que no me imagino haciendo por nadie más. Y me doy cuenta ahora, en este mismo instante, en el que te veo ahí, al otro lado de la calle, apoyado en la pared y mirando distraído al otro lado de la acera, con las manos metidas en el bolsillo de tu sudadera verde, esa que te queda tan bien.
Me encantan tus vaqueros desgastados y tus Converse. Es algo que siempre me ha gustado de ti, que no vistes como los demás. No, definitivamente no. El resto de chicos llevan los pantalones caídos, enseñando los calzoncillos y con cinturones con hebillas enormes. Por no hablar de sus cordones desatdos. Ese estilo nunca me ha gustado. Pero tú nunca has sido así, qué va. Siempre has vestido normal, como un chico, no como una copia del resto.
No sé si es por paranoia, pero ha habido veces en las que he llegado a creer que te gustaba. Y la verdad es que no lo tengo claro. En fin, no soy ninguna chica especial, las hay mucho más guapas y más delgadas y más estilosas y... En fin, mejores que yo. Por eso cada vez que pensaba que me estabas dando algún tipo de señal (muy sutil siempre; eres tan tímido como yo) deshechaba esa idea. Simplemente no lo veo posible. Es verdad que ha habido chicos interesados en mí, pero ninguno que me gustase. Y nunca he salido con nadie. Eso hace que tenga aún menos autoestima, que me sienta inferior al resto, con menos posibilidades. Y por eso nunca he intentado decirte nada, porque me da vergüenza. Te veo todos los días en clase, y sería horrible para mí aguantarlo si me dices que no.
Cada vez que veo que hablas o coqueteas con otra chica, me llega al alma, me rompe por dentro. Me deprimo en cuestón de segundos, y se me va la sonrisa de la cara al verte sonreír con otra. Eso borra todo rastro de duda sobre si te puedo atraer lo más mínimo. Y lo peor de todo es que no te das cuenta de todo lo que me importas. De que sé qué día es tu cumpleaños, tu color favorito, tus grupos de música preferidos, todas y casa una de las mudas de ropa que tienes, en qué trabajan tus padres, cuántos años tiene tu hermana y en qué calle vives. Tampoco te das cuenta de que, cada día, me giro cuando te veo pasar delante de mí al salir del colegio, y te sigo con la mirada hasta que giras la esquina de la calle y desapareces. También observo esa esquina todas las mañanas esperando verte aparecer por ella, para poder caminar delante de ti haciendo como si no te hubiese visto, y así conseguir que, aunque sea por unos segundos, te fijes en mí.
Cada vez que empieza el curso, lo que hago es repasar la lista de gente de mi clase para ver si estás en ella. Eres la primera persona a la que busco con la mirada todas las mañanas al entrar en clase, y la última a la que miro al salir de ella.
Y, pese a todo esto, he intentado olvidarte, porque sé que es lo que me conviene y porque sé que no tengo posibilidades. ¿O quizás sí?
Pero hoy, por fin, lo veo claro. Se me está acelerando el corazón, señal de que realmente me propongo hacer eso que se me ha pasado por la cabeza. Y lo voy a hacer; para una vez que estoy segura de algo, lo voy a hacer.
Me arreglo un poco el pelo y me aliso la ropa. Miro mi reflejo en el cristal de un escaparate para asegurarme de que no estoy manchada ni nada por el estilo. Y me decido a cruzar al otro lado de la calle, para llegar hasta ti y decirte de una vez que, sí, estoy enamorada de ti.
Aún no me has visto acercarme, y acelero el paso, sonriendo ampliamente, cada vez más segura, más decidida. Por fin hoy voy a decirte todo lo que siento, todo lo que me llevo callando estos cuatro años, todo contra lo que he intentado luchar y esconder, y, por fin, voy a poder sentirme libre. Pero se me hiela la sangre en las venas, me viene un sabor extraño a la boca, el sabor que tendría el veneno vaporizado. El aire se me escapa de los pulmones, y me da un vuelco el corazón tan grande que no entiendo cómo es que nadie lo ha oído. Todas mis esperanzas rotas. Toda mi ilusión a la basura. Me siento estúpida, ridícula, mediocre, despreciable.
Te has despegado de la pared de un brinco, sonríes de una forma que nunca había visto en ti. Has visto a alguien. Es una chica. Una chica que sale de una tienda. Morena y con los mismos ojos verdes que tú. Es preciosa. Perfecta.
Ella también sonríe. Te acercas a ella sonriendo. Le das un beso en la mejilla y ella te da una bolsa. Ella te dice algo al oído y entonces, antes de seguir andando, te giras en mi dirección y te quedas mirándome, con una expresión extraña escrita en tu rostro. Supongo que será por la cara que se me ha quedado, pero estoy demasiado deshecha para poder pensar qué será exactamente lo que esa cara quiere decir. Ni siquiera me esfuerzo por disimular; me doy la vuelta sin intentar decirte nada o justificarme y, intentando no caerme a trozos, me alejo tambaleante y con paso ligero mientras enormes lágrimas caen de mis ojos hasta el suelo. Cuando giro la calle, acabo corriendo y sollozando al mismo tiempo, hasta que llego a mi portal, entro y cierro la puerta. Y me quedo sentada en las escaleras, llorando en silencio y desconsoladamente. Siento la boca seca y no puedo tragar para arrancarme el nudo de la garganta, que me está ahogando.